El plan había cambiado, todavía tenía que hacer muchas cosas desde adentro de la manada, así que Gloria recopiló supuestas pruebas que la dejaban como inocente, pero su voz dulce y sus manipulaciones esta vez no estaban teniendo el efecto que ella acostumbraba, por lo que sintió la presión.
—¡Hipócritas! —Escupió Gloria, con la voz temblorosa de ira, su melena perfecta desordenada por primera vez. Un mechón rebelde le caía sobre el rostro, temblando con cada respiración agitada. —¡Todos ustedes son unos traidores! ¡Yo les di orden! ¡Les di estabilidad! ¡Mientras el alfa se revolcaba con una humana, yo sostenía esta maldita manada! ¡Todavía vengo aquí arriesgándome para aclararles que no tengo culpa y no me creen! —Sus gritos desgarraron el aire denso de la Gran Sala como cuchillas encendidas. El eco rebotaba por las paredes de piedra, chocando con los estandartes ancestrales que colgaban pesados, mudos testigos de una historia en ruinas.
Nadie habló. Los ancianos, de rostros curtidos