El ambiente en la manada había cambiado.
Donde antes había susurros cargados de duda, ahora había saludos respetuosos. Las miradas hacia Isabel ya no estaban teñidas de desprecio o burla, sino de reconocimiento.
Había sobrevivido, había resistido secuestros, humillaciones, traiciones y estaba de pie.
—Buenos días, reina Luna. —Murmuró una de las mujeres más ancianas al verla pasar.
Isabel todavía no se acostumbraba a ese título. No porque no le gustara, sino porque la herida de haber sido negada tanto tiempo aún palpitaba, pero respondió con una sonrisa leve y cálida. Caminaba con la espalda recta y el vientre redondo, testimonio de que la vida, a pesar de todo, seguía abriéndose paso.
Ares la observaba a unos pasos de distancia. La manera en que ella caminaba por la aldea con dignidad le encogía el pecho. Había pasado de ser una flor marchita en sus peores días, a una tempestad controlada, hermosa, serena y poderosa, y eso, más que el poder, más que el trono, era lo que le devol