El amanecer llegó teñido de sangre.
Las noticias golpearon el corazón de la manada como cuchillas lanzadas desde la oscuridad: el consejo de la manada del Norte, uno de los aliados más antiguos de Luna Llena, había sido masacrado sin piedad. Cada anciano, cada guardia, cada aprendiz… ejecutados con precisión escalofriante. No hubo sobrevivientes, solo ruinas y silencio.
Pocas horas después, otro mensaje llegó, como un eco macabro: los guerreros enviados a escoltar provisiones hacia el Este habían sido emboscados. Solo encontraron sus cuerpos mutilados y desprovistos de marcas lycan. Sin huellas, sin rastros y sin oportunidad de defensa.
El miedo se extendía como un veneno. Los clanes menores, ya golpeados por los rumores, comenzaron a cuestionar su fidelidad al trono de Ares. Algunos se replegaban a sus tierras, otros enviaban mensajeros exigiendo respuestas. Había incertidumbre, y en la política lycan, la incertidumbre era más letal que una batalla campal.
Pero el detalle más inquiet