Capítulo 99

El amanecer en la capital tuvo un azul duro, de esos que no perdonan ni a los hombres ni a los papeles. La caravana entró por la puerta norte como quien trae un juramento: lenta, visible, sostenida por más testigos de los que la ciudad esperaba. Las calles estaban empedradas de miradas; las ventanas se llenaron de cuerpos y los pregoneros dejaron momentáneamente sus consignas para escuchar. Kaeli descendió del carro con la caja de Lord Miron en las manos; Daryan caminó a su lado con la guardia compuesta; detrás venían Maeli con su toga, Kethra con sus marineros, Mirelle con mapas enrollados y Selin con manuscritos frescos. Eradow, aún vigilado, caminó como quien carga palabras que pueden abrir tumbas.

La plaza mayor —la que servía de espejo al palacio— había sido tomada por mesas improvisadas, por escribas que reproducían cada documento y por un gentío que no era solo curiosidad: era hambre. Había en la gente un brillo nuevo, una voluntad que antes no supieron que tenían para reclamar
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