La mañana que la manada entró en la Cámara de las Tres Casas, la ciudad vibraba entre expectación y alarma. Las campanas de la catedral repicaban a solicitud del rey; los mercaderes cerraban sus puestos por miedo o por cálculo; las ancianas recorrían las calles en peregrinación silenciosa hacia el palacio. Kaeli bajó de la barca con Flor de Luna envuelta en un manto ligero, como si la cría fuera ya un estandarte. Daryan caminó a su lado, su porte de Alfa marcando el paso a quienes los escoltaban.
—Hoy no solo pedimos leyes —dijo Kaeli en voz baja a Daryan—. Hoy exigimos que la memoria deje de ser mercancía.
Daryan asintió y, por primera vez desde que la manada recuperó su libertad, permitió que un atisbo de tensión le cruzara el rostro.
El Parlamento de las Tres Casas estaba dispuesto en semicírculo. A la izquierda, los representantes de la Nobleza; al centro, los delegados de los Mercaderes; a la derecha, los miembros de las Gremiales y el Clero. El Canciller abrió la sesión con v