La caravana se puso en marcha al alba, cuando el rocío aún dormía en las hojas. Tras la tregua con Aelthorn y la aparición de la loba blanca, la manada Volkov partía rumbo al corazón del bosque, donde los susurros de la sombra habían comenzado a agrietar incluso las raíces de la alianza. A lomos de caballos y sobre carretas improvisadas, los lobos y sus aliados avanzaban en fila: guardias de Riven, lanceros de Aelthorn, centinelas neutrales de la Casa de las Sombras Suaves, y al frente, Kaeli y Daryan, hombro con hombro.
Las primeras horas del viaje transcurrieron en un silencio expectante. Solo el crujir del polvo bajo los cascos y las hojas rotas por los pies de la manada rompían la quietud. Kaeli miraba los caminos recortados por la luz del amanecer, sintiendo en cada árbol un palpitar de vida y de memoria. Sin embargo, en su interior, permanecía el eco de su propia duda: la loba blanca había aparecido, pero ella no había cambiado aún. Cada paso le recordaba esa fragmentación inter