La bruma matinal aún colgaba entre los pinos cuando Kaeli se levantó. La capa de tierra y sangre se había secado sobre su túnica, pero su corazón —aún latiendo con la fuerza de la batalla— pedía un refugio que el bosque no ofrecía. Con pasos inseguros, caminó hasta el bordillo del claro donde Daryan había regresado a forma humana.
—¿Dormiste algo? —susurró él, acercándose desde las sombras de un abedul.
Kaeli negó con un suave movimiento de cabeza.
—No… No lograba conciliar el sueño. Sentía que, al cerrar los ojos, soñaba con lobos que no eran mis hermanos, sino mis sombras.
Daryan apoyó la frente contra la suya.
—Las marcas cicatrizan, pero los fantasmas tardan en desaparecer. Esta mañana, quiero verte no como Luna en guerra, sino como mujer que encontró un hogar.
Kaeli inspiró, soltando un leve espasmo de aire.
—Hoy… ¿podemos simplemente caminar juntos? Sin compromisos, sin promesas de batalla.
Daryan tomó su mano.
—Lo que tú quieras.
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Salieron del claro rumbo al Bosque de los Pa