89• Deja a mis hijas en paz.
La emoción de saber que habían llegado me inundó el cuerpo de golpe, caliente y abrumadora… y, sin embargo, se desvaneció en un parpadeo, reemplazada por una presión en el pecho, como si el aire hubiera decidido abandonarnos.
Entonces ocurrió. La puerta de la habitación de Celine se abrió de golpe y chocó contra la pared con un estruendo que hizo vibrar el suelo bajo nuestros pies. Enzo fue el primero en cruzar el umbral. Su presencia llenó el espacio de inmediato: erguido, imponente, con la mirada dura y un silencio que pesaba más que cualquier grito. Detrás de él entró Seth, seguido por varios hombres cuyos rostros inexpresivos parecían tallados en la misma sombra.
Sentí un nudo cerrarse en mi garganta.
—No… no volverás a alejarnos —gritó Celine, con la voz quebrada pero firme, mientras daba un paso atrás, y luego otro. Sus manos temblaban, pero sus ojos no se apartaron de Enzo. Había miedo en ellos, pero también algo más peligroso: determinación. El tipo de determinación que nace c