5° Miserable

Elif Pellegrini

Salí del viñedo de Romeo con el corazón palpitante y la mente en un torbellino. La confrontación con Theo había despertado en mí una mezcla de rabia y confusión. No podía creer que un hombre como él, tan arrogante y despectivo, se sintiera con el derecho de tratarme de esa manera.

Caminé rápidamente por el sendero que conducía a la salida, sintiendo cómo la ira se acumulaba en mi pecho. Las palabras de Theo resonaban en mi mente, como un eco hiriente. "Marioneta", "payaso"... esas etiquetas no eran solo insultos; eran intentos de despojarme de mi identidad, de reducirme a un objeto sin valor en su mundo.

El aire fresco de la tarde no podía calmar la tormenta que rugía dentro de mí. Me detuve un momento, apoyándome contra un árbol, tratando de recuperar la compostura. Pero la frustración seguía fluyendo como un río desbordado.

¿Por qué tenía que ser así? Pensé.

No era la primera vez que me encontraba en una situación así, pero cada vez era más difícil. La familia Mancinelli representaba todo lo que mi padre había tratado de evitar para mí: poder, violencia, y un desprecio por la vida de los demás.

Recordé la mirada de Theo, su arrogancia, y cómo se había acercado a mí con esa mezcla de desprecio y curiosidad. Era como si quisiera marcar su territorio, como si yo fuera solo un obstáculo en su camino.

Pero había algo más en él, algo que me intrigaba. A pesar de su actitud, había una chispa de vulnerabilidad que no pude ignorar. Quizás su comportamiento era solo una fachada para ocultar sus propias inseguridades.

Al llegar a la entrada del viñedo, la luz del sol comenzaba a desvanecerse, y con ella, mi claridad mental. La rabia se estaba transformando en tristeza. No quería ser vista como una "marioneta" en este juego de poder. Quería ser más, quería ser escuchada y respetada.

Sin embargo, la realidad era que estaba atrapada en este mundo, y no podía escapar de las expectativas que otros tenían de mí. Mi padre, la mafia, la familia Mancinelli... todos parecían tener un papel en mi vida, pero yo no quería ser sólo una pieza en su tablero.

Con cada paso que daba, me sentía más decidida. No podía dejar que las palabras de Theo me definieran. Tenía que encontrar mi voz y luchar por lo que quería. Así que, mientras la noche caía sobre el viñedo, me hice una promesa a mí misma: no me rendiría. Buscaría mi lugar en este mundo, no importa cuán difícil fuera. Y si eso significaba desafiar a la familia Mancinelli, entonces lo haría.

Con esa determinación en mi corazón, me alejé del viñedo.

Al llegar a la entrada de nuestra propiedad, el peso de la tensión se hizo palpable en el aire. Las sombras se alargaban con el ocaso, y el cielo se teñía de un rojo profundo, como un presagio de la tormenta que estaba por desatarse. Mi padre me esperaba, su figura imponente recortada contra el fondo del atardecer.

—Elif —dijo con voz grave, su tono lleno de reproche—. ¿Qué fue lo que hiciste en la casa del Don?

Sentí que la adrenalina se disparaba en mis venas. No quería enfrentar su ira, pero sabía que no podía huir de ella.

—No hice nada que no fuera defenderme —respondí, intentando mantener la calma, aunque la rabia aún burbujeaba en mi interior.

Mi padre se acercó, su mirada fija en mí, como si intentara leer mis pensamientos. Sus ojos, que solían transmitir protección, ahora estaban llenos de decepción.

—¿Defenderte? —repitió, con un tono que dejaba claro que no estaba satisfecho—. Lo que hiciste fue un escándalo. Has desafiado a la familia Mancinelli, y eso tiene consecuencias.

Recordé la confrontación con Theo, las palabras hirientes que había lanzado hacia mí. No podía dejar que se salieran con la suya.

—No puedo quedarme callada mientras me tratan como si fuera menos —respondí, sintiendo cómo la frustración se transformaba en determinación—. No soy una marioneta, padre. No soy tú.

Su expresión se endureció, y el silencio se alargó entre nosotros. Podía sentir la tensión, como un hilo delgado a punto de romperse.

—Elif, no entiendes lo que está en juego. Esta familia, nuestra familia, necesita mantener la paz con los Mancinelli. Cada palabra que dices, cada acción que tomas, puede poner en peligro todo lo que hemos construido.

La indignación creció dentro de mí.

¿Por qué debía sacrificar mi dignidad por la paz de un mundo que no entendía ni valoraba lo que éramos?

—¿Y qué hay de mí? —exclamé, sintiendo que las lágrimas amenazaban con brotar—. ¿Acaso no importa cómo me siento? ¿No tengo derecho a ser escuchada?

Mi padre dio un paso atrás, sorprendido por mi respuesta. Era raro que le alzara la voz, pero esta vez no podía contenerme.

—Elif, esto no es solo sobre ti. Es sobre nuestra supervivencia. La mafia no perdona errores, y tú acabas de cometer uno grave.

Su advertencia resonó en mi mente, pero no podía dejar que el miedo me controlara. —Lo entiendo, padre. Pero no puedo vivir en un mundo donde no tengo voz —dije, intentando que mi voz sonara firme—. No quiero ser parte de un juego que no elegí.

La mirada de mi padre se suavizó por un instante, como si comprendiera mi lucha interna. Pero rápidamente volvió a endurecerse.

—Debes aprender a ser prudente, Elif. La próxima vez, piensa en las consecuencias antes de actuar.

Con esas palabras, se dio la vuelta, dejándome sola en la entrada. El peso de su decepción me aplastó, pero también me dio fuerza. Mientras observaba su figura alejarse, supe que no podía rendirme. La lucha por mi voz apenas comenzaba, y estaba decidida a encontrar mi lugar en este mundo, sin importar cuán difícil fuera el camino.

Con el corazón palpitante, me dirigí hacia la casa, lista para enfrentar las sombras de mi pasado y las incertidumbres del futuro. No podía dejar que el miedo me detuviera.

Caminé lentamente hacia mi habitación, el peso de la confrontación con mi padre aún estaba aplastando mi pecho. Cada paso parecía más pesado que el anterior, como si el aire estuviera cargado de decepción y frustración. Al cerrar la puerta detrás de mí, el mundo exterior se desvaneció, dejándome sola con mis pensamientos.

Me dejé caer en el borde de la cama, sintiendo cómo la tristeza me envolvía. No quería seguir luchando, pero sabía que no podía rendirme. La tensión de la discusión con mi padre me había dejado exhausta. Decidí que necesitaba un respiro. Me dirigí al baño y llené la tina con agua caliente, añadiendo unas gotas de aceite de lavanda. El aroma comenzó a llenar el aire, envolviéndome en una sensación de calma que anhelaba.

Mientras me sumergía en el agua, sentí que la calidez me abrazaba, como si intentara borrar la angustia de mi mente. Cerré los ojos, dejando que el vapor me rodeara, y traté de despejar mi mente. Pero, en lugar de encontrar paz, mis pensamientos comenzaron a divagar hacia él: Romeo.

Su imagen apareció en mi mente con una claridad asombrosa. Recordé la primera vez que lo vi en el despacho, su figura imponente y la forma en que se movía con una gracia casi felina. Sus ojos oscuros, profundos como un abismo, parecían atravesar mi alma.

Su barba bien definida enmarcaba un rostro que transmitía tanto fuerza como vulnerabilidad. Había una intensidad en su mirada que me había dejado sin aliento. No solo era atractivo; había algo en él que despertaba una curiosidad peligrosa en mí.

Y su voz... Era profundo, resonante, como un eco que se quedaba en el aire mucho después de que hablaba. Cada palabra que pronunciaba parecía tener un peso, una carga que me atraía hacia él, como si me invitara a descubrir secretos ocultos. Recordé cómo me había mirado, esa chispa de interés que había brillado en sus ojos cuando hablamos. Era un momento fugaz, pero había sentido una conexión, un hilo invisible que nos unía, a pesar de las circunstancias que nos rodeaban.

Mientras el agua caliente me envolvía, me sentí atrapada entre dos mundos. Por un lado, estaba mi deber hacia mi familia, la lealtad que debía a mi padre y a nuestra historia. Por otro lado, había una atracción innegable hacia Romeo, un hombre que representaba todo lo que temía y deseaba al mismo tiempo.

La lucha interna crecía dentro de mí.

¿Era posible que mi corazón pudiera encontrar un camino en medio de este caos? ¿Podía permitirme sentir algo por alguien que estaba tan profundamente enredado en la oscuridad de la mafia?

¡Por Dios Elif, es el mejor amigo de mi papá! ¿Por qué tengo que pensar en un hombre que me dobla la edad?

Me levanté de la tina, sintiendo que la decisión se formaba en mi interior. No podía dejar que el miedo dictara mi vida. Era hora de encontrar mi propio camino, uno que me permitiera ser fiel a mí misma, sin importar las consecuencias.

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