26. El juramento de los tres
Mariel
El umbral de los túneles no huele a muerte, pero tampoco huele a hogar, sino a piedra húmeda, sal fresca y antorchas encendidas hace poco. Es un olor nuevo para mí, mezcla de inicio y despedida. Me tenso sin querer.
Kael está de pie en el centro del corredor, donde el suelo se abre en una especie de ensanchamiento natural. A sus pies hay un círculo de sal blanca, gruesa, impecable.
En el centro, una piedra plana, oscura, con vetas rojizas. La luz de las antorchas proyecta sombras largas que se mueven como si respiraran. Royer se apoya en la pared, atento. No habla, pero sé que no se le escapa nada.
—Llegaste —dice Kael, con esa voz grave que me recorre la espalda.
Asiento. Mis manos están frías. No es todo como imaginé que sería, pero sí es mucho más intenso, como si todo me llamara y me obligara a estar en pie y responder.
—¿Esto es todo? —pregunto—. Pensé que un ritual de Alfa sería más ruidoso.
Él sonríe apenas, sin humor. Me observa como solo él sabe hacerlo, haciendo que