Mariel
El aire dentro de la cámara pesa mucho, siento que me vuelvo pequeña en este lugar. Huele a tierra vieja, a piedra húmeda y a fuego encendido.
Sasha me observa desde el borde del círculo, con las manos cubiertas de yesca y símbolos trazados en su piel. No habla, solo asiente cuando me acerco al monolito.
—Hoy no harás ningún movimiento —dice, finalmente—. Hoy solo escuchas.
Asiento lentamente, esperando alguna indicación más. El monolito respira. Lo juro. La piedra tiene pulsaciones, como si debajo corriera un corazón enterrado.
Pongo las manos sobre su superficie y siento una vibración que me sube por los brazos. Mis ojos buscan los de Kael, como una respuesta instintiva en mí.
—Deja que el eco te busque —susurra Sasha—. No lo invoques, no lo fuerces. Solo responde cuando él te toque.
Cierro los ojos. La piedra está tibia. Dentro, algo me llama con un tono que no es voz ni pensamiento. Me responde desde el fondo del pecho. Y entonces grito.
El sonido no sale de mi garganta; na