14. El llamado del agua
Mariel
Despierto con el sabor del metal en la lengua y la piel tranquila por primera vez en días. No es que el fuego se haya ido; ahora late como una brasa domada, bajo la camiseta, justo donde la U del collar me pesa. La Marca en el brazo pulsa, como si me dijera que hay un camino nuevo. «El agua te mostrará la puerta», dijo ella. Mi madre. No necesito cerrar los ojos para volver a oírla: la voz llegó como río, limpia y cierta.
Me incorporo lentamente. Afuera, el bosque gotea luz por entre los pinos. La casa está tranquila, se siente en paz. El olor me acaricia el alma. ¡Qué gusto!
Oigo a Kael en la cocina, el golpe seco del cuchillo contra la tabla, el agua que hierve, el crujido de pan partiéndose con las manos. Su olor hace lo que ya sé que siempre hará en mí: me tensa y me calma a la vez.
—Buenos días, Kal —digo desde el marco de la puerta—. Como lo comentaste, soñé con ella.
Él no se sorprende. Levanta apenas la mirada, verde oscuro. Hoy no la siento tensa, sino relajada. ¿Se es