12. Casa en la línea del bosque
Kael
La noche no ha caído, pero la siento en la piel. Mariel duerme a medias detrás de esa puerta. El pulso le corre como un caballo nervioso. La Marca sigue hablando en su brazo. La U del collar le enfría el esternón. Dos fuegos. Dos brújulas.
Lo peor, yo también ardo. Su presencia, de alguna manera extraña, aviva mi deseo, mis pensamientos, mis cimientos. Los tambalea por completo y me siento tan fuerte y necesitado como la primera vez que me transformé.
Avivo la chimenea. Las brasas chasquean. El olor a resina limpia el aire, pero no alcanza para borrar lo que todavía huele a ella: sal, luna, deseo mal domado, jazmín. Me muerdo la voluntad. No porque no pueda. Porque debo.
—Respira —me recuerdo en voz baja—. Cuatro, dos, seis.
Royer entra sin hacer ruido. Le abrí la puerta de servicio con un mensaje seco: perímetro. Sabe leer entre líneas.
—Alfa —saluda, quedo. Observa la casa, aspira, y los ojos le cambian—. Huele a jazmín.
—Y a vida —respondo—. Recorre linderos. Quiero huellas nu