11. La marca despierta

Mariel

Despierto con la boca seca y la piel incendiada. No es fiebre. No es calor de verano. Es otra cosa. Como si alguien hubiera prendido una hoguera debajo de mi esternón y la hubiese olvidado ardiendo.

Me siento en la cama. La camiseta está pegada a mi pecho. Las sábanas están muy húmedas. La ventana abierta no hace nada por mí. El aire entra pesado, tibio, con olor a mango maduro del patio y a lavanda vieja de la sala.

Respiro como él me enseñó. Cuatro para entrar. Dos para sostener. Seis para soltar. Pero no basta.

El pulso me martilla en los oídos. Me arde la nuca. La luz que se cuela por la persiana me lastima, como si el día fuese demasiado brillante para mis ojos. Los cierro, pero lo veo igual: a él.

De pie en la esquina de mi mente, con los ojos verdes clavados en los míos. La camisa gris, las manos grandes, el olor a madera y humo que me atravesó la noche en su casa. Edrien. Kael. El nombre humano y el verdadero.

Mi cuerpo responde antes que cualquier pensamiento. La piel
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