Adrián pensó en su hermano desde lo más profundo de su corazón, sabía que se preparaba para otra sesión de terapia en la piscina. Tenía el alma desgarrada, pero decidió no contarle lo que había descubierto. No todavía. Alan necesitaba avanzar, concentrarse en su recuperación, no ser arrastrado por la traición que aún ardía en sus venas. No ahora. Solo necesitaba sanar, física y emocionalmente. La verdad tendría que esperar.
El eco del agua danzando contra las baldosas blancas llenaba el amplio espacio con un murmullo hipnótico. El vapor se elevaba como una niebla íntima, envolviendo cada rincón del recinto con calor húmedo y tibio. La piscina techada era un oasis silencioso, privado, casi sagrado. Una burbuja alejada del mundo.
Alan ya estaba dentro, apoyado contra el borde. El agua tibia le llegaba al pecho, relajando su musculatura dolorida.
Maritza entró en silencio. Llevaba un traje de baño negro de una sola pieza que se ceñía a su cuerpo como una segunda piel. El cabello recogid