Capitulo 39

El amanecer apenas rozaba las copas de los árboles cuando Alan Cisneros se despertó con el corazón latiendo a un ritmo frenético. Una fuerza visceral lo impulsaba desde el interior: la certeza de que no podía esperar un día más. Maritza estaba allá afuera, en algún lugar, y tenía que encontrarla.

La brisa matinal se filtraba por las ventanas abiertas, trayendo consigo el aroma a tierra húmeda, el canto lejano de los pájaros y ese leve perfume de gardenias que todavía sobrevivían en el jardín. Pero nada de eso podía calmar el huracán que rugía dentro de Alan.

Luchó con la silla de ruedas, impaciente, mientras sus dedos temblaban. Tenía que verla, explicarle, decirle lo que había ocurrido... pero, sobre todo, rogarle que volviera.

Bajó con dificultad al despacho donde estaba su hermano. Adrián estaba en plena llamada, pero apenas vio el rostro de Alan, pálido, agitado y con los ojos inflamados por noches sin dormir, interrumpió todo.

—¿Qué pasa?

—Necesito encontrarla. Maritza. Dime dónd
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