Tampoco quería poner a su madre en una situación incómoda.
En el fondo, todo se reducía a meras suposiciones. O tal vez ni siquiera eso; eran solo las ideas extrañas que la habían preocupado desde niña. Estaba segura de que, si se atrevía a contarlo, nadie le creería. Además, Valeria y ella habían crecido juntas, ¿cómo podía ser posible que no fuesen hermanas de sangre?
Tenía que guardarse esas ideas para sí misma; no podía, bajo ninguna circunstancia, mencionarlas frente a Lorena. De lo contrario, era imposible predecir cómo reaccionaría.
Lo que Sofía ignoraba era que esa descabellada conjetura, fruto de la casualidad, estaba peligrosamente cerca de la verdad. Sin embargo, en su estado actual, sin pruebas ni una dirección clara, era impensable sentenciar a Valeria. Nadie en su sano juicio lo haría.
Después de todo, había convivido con ella toda su vida. Su madre las trataba a ambas de la misma manera, a excepción de los momentos en que la frágil salud de su hermana le ganaba un poco m