Mateo dudó un largo momento. El movimiento de su garganta al tragar saliva delató su nerviosismo antes de que por fin se atreviera a hablar.
—Sofi, por favor, no es necesario que me des las gracias. Es demasiada formalidad entre nosotros… somos amigos, ¿no?
Su cabello, de un tono rubio, destellaba bajo la luz del sol, confiriéndole un aura casi etérea, como si no perteneciera del todo a este mundo. Sin embargo, en esta ocasión, Sofía percibió una seriedad inusual en su amigo. Era una actitud respetuosa que no le había visto nunca en él.
—¿Te pasa algo? ¿Por qué esa cara tan seria?
Sofía intentó desviar la conversación, incómoda ante aquella faceta desconocida de él. Mateo captó su intención y la seriedad se disolvió en una sonrisa tranquilizadora.
—No es nada. Es solo que, si me consideras tu amigo, no tienes que andarte con rodeos ni temer ser una molestia. Para mí nunca lo eres. Cualquier cosa en la que pueda ayudarte, lo haré encantado.
Sofía le correspondió con una palmada ligera