Ambos reían y platicaban animadamente, y para Alejandro, era como contemplar una familia.
El rabillo de sus ojos enrojeció mientras luchaba por reprimir la confusión que lo embargaba.
«Cálmate», se repetía una y otra vez, «tienes que confiar en Sofía».
Pero ver a esas tres personas dentro de la tienda lo estaba volviendo loco.
Él, atractivo; ella, perfecta; y una niñita adorable que enternecía la mirada.
La escena, por donde se la viera, parecía la de una familia unida.
Un malestar agrio le revolvía el estómago a Alejandro.
Tras unos instantes, finalmente decidió marcharse.
Aunque la rabia lo consumía, seguían frente a la empresa de Sofía, y sabía que Sofi le daría una explicación.
«Quizás solo son socios», intentó convencerse.
***
Mientras tanto, Daniel caminaba de un lado a otro en su casa, presa de la ansiedad.
Se pasaba las manos por el pelo con desesperación; su cara, antes impecable, ahora lucía una sombra de barba de varios días que le daba un aspecto descuidado.
Desde que lo ha