—Daniel, por favor, hazle caso a tu papá. Ya no salgas.
Isabel le suplicó a su hijo.
—No te preocupes, aunque estés aquí encerrado, me voy a asegurar de que te preparen lo que más te gusta. No te va a faltar nada, ¿eh?
Dicho esto, la madre de Daniel se escabulló escaleras arriba y se encerró en su habitación.
Lo dejó solo en medio de la sala.
Él seguía sin entender a qué se refería su padre con eso de que había pasado algo por su culpa.
«¿Qué hice?»
«Laura está bien, ¿será que fue por no haber conseguido a Sofía? ¿Eso se considera un error?»
La idea, lejos de desanimarlo, lo hizo aferrarse aún más a su objetivo. Estaba decidido a no rendirse.
«¿Que me quede quieto en casa?», pensó con desprecio. Se rio con burla.
—Imposible. No pienso quedarme de brazos cruzados hasta que Sofía sea mía.
«Ahora me tratan así», reflexionó, «pero ya veré sus caras cuando les traiga el dinero. Seguro ahí sí cambian de opinión».
Regresó a su habitación y se puso a pensar en su siguiente movimiento.
Sin emba