Ella no quería tener nada que ver con esa clase de escoria.
—¿Ya no quieres que sea tu cuñado?
A veces, Eduardo se sentía un idiota. Por un lado, quería que Sofía lo respetara como el prometido de su hermana; por el otro, deseaba con todas sus fuerzas estar con ella.
Esa contradicción lo atormentaba, pero en ese momento su objetivo era uno solo: convencer a Sofía de que estuviera con él.
Ella se carcajeó.
—¿No te das cuenta de lo ridículo que suenas? ¿Me estás diciendo que te gusto, pero al mismo tiempo quieres que te siga diciendo cuñado?
«¿Este tipo de qué planeta salió?», pensó con desprecio.
Eduardo también se dio cuenta de lo absurdo que sonaba, pero ya lo había dicho y retractarse ahora sería humillarse a sí mismo.
—Como sea, pero es que me gustas.
La miró con intensidad, esperando que sus palabras la convencieran de alguna manera.
—Qué estupidez.
Ahora que Sofía entendía sus verdaderas intenciones, le pareció inútil seguir perdiendo el tiempo allí. Con todo ese tiempo, bien podr