Diana se recriminó en silencio.
«¿Cómo pude ser tan cobarde? Estábamos en un lugar público, ¿Cómo me iba a hacer algo?»
Valeria vio la cara de frustración de su amiga y recordó su patética actuación en la sala.
«Qué inútil. En cuanto se topa con Sofía, se le traba la lengua. No sirve para nada y solo consigue que se burlen de nosotras. Si no fuera porque la necesito, ya la habría mandado a volar hace mucho. En serio que me echa a perder todo».
Pero, en general, era una herramienta bastante útil.
Como en ese momento, por ejemplo. Diana cargaba con todas las compras, liberándola de tener que hacerlo ella misma. Era la acompañante perfecta para salir: siempre dispuesta a halagarla y a seguirle la corriente.
Con un gesto de indignación, la amiga se quejó:
—Vale, ¿por qué no pusiste a Sofía en su lugar ahí mismo, delante de todos?
—Todavía no es el momento.
Valeria respondió con un tono indiferente.
Después de tantos enfrentamientos con Sofía, la conocía. Un par de ataques pequeños e inofen