Seraphina
El comedor era otra demostración de poder frío y calculado. Una larga mesa de madera oscura, tan pulida que reflejaba la luz de una lámpara baja como un estanque negro. Podría haber sentado a veinte personas, pero esta noche, solo había tres puestos preparados.
Uno en la cabecera, uno a su derecha y otro directamente frente a él.
Alessandro ocupó la cabecera, el rey en su trono. Me señaló el asiento a su derecha.
—Siéntate.
Mientras me sentaba, Isaac Graves entró en la habitación desde otra puerta y tomó el asiento frente a mí. Su presencia solidificó la atmósfera, convirtiendo una cena en un interrogatorio. No me saludó. Simplemente se sentó y me miró, con sus ojos claros y penetrantes fijos en mi rostro. Era una mirada que no buscaba cortesías, sino que diseccionaba, buscaba grietas, falsedades.
Una empleada del servicio, joven y con una expresión nerviosa, comenzó a servir la comida en silencio. Se movía con una eficiencia sigilosa, como si temiera hacer el más mínimo rui