JACKELINE
Salíamos del centro comercial de la mano. Alessandro no podía ocultar su felicidad desde que el doctor le confirmó que serían mellizos.
Yo también estaba radiante; verlo así, sonriente, hablándome de cunas y pañales, me llenaba el alma.
—Amor, mira esa cunita —dije señalando el escaparate—. Es grande, como la de Dalia. Me gustaría que durmieran juntos, igual que los trillizos.
—Me parece excelente, amor —respondió con su tono calmo, ese que siempre me derretía.
Decidimos tomarnos un café. Yo pedí un jugo de piña; él, su habitual espresso. Todo era perfecto… hasta que una voz femenina rompió la paz.
—¡Alessandro, amor! Al fin te encuentro.
La voz lo tensó de inmediato. Levantó la mirada y yo, de la impresión, casi me atraganto con el jugo.
—¿Perdón? —dije entre toses—. ¿Acaba de decir “amor”?
—¿Amor? ¿Quién es ella? —preguntó la mujer con un tono meloso, mirándome de arriba abajo.
Alessandro se puso de pie, serio.
—Melina… ¿qué haces acá?
—Te esperé —dijo ella con lágrimas co