GAEL MARCHANT
Entré a la central decidido a verla. Otra vez me hizo lo mismo, una noche impresionante de sexo y a la mañana ya no estaba, habían pasado dos semanas desde que estuve con ella y esto era una montaña rusa de emociones, en la central me ignoraba y en mi departamento me devoraba, estaba perdido, obsesionado con esa mujer, enamorado también diría, solo pensaba en ella, cuando iba a algún bar no podía mirar a nadie más, solo pensaba en ella. Su perfume me embriagaba,
A esa maldita mujer que me estaba volviendo loco.
Solo con pensar en su sonrisa y en su perfume, ya me ardía la piel.
Pero cuando llegué al pasillo, me encontré con una escena que me encendió la sangre.
Anastasia reía.
Frente a ella, dos de mis hombres —soldados jóvenes, idiotas con demasiada confianza— le ofrecían flores y chocolates.
Ella, con su cabello suelto y ese mechón blanco cayendo sobre el hombro, parecía un maldito imán para el desastre.
Hermosa. Imponente. Provocadora.
—Vamos, di que sí —decía un