ADRIANO
Desperté antes que ella.
No porque quisiera, sino porque no podía dejar de mirarla.
Dalia estaba acurrucada contra mí, su rostro hundido en mi pecho, respirando con ese ritmo lento y profundo de quien finalmente se siente a salvo. Su cabello caía como una cortina suave sobre mi brazo, y su aroma… ese dulce aroma…
Lavanda y algo más. Algo que era solo suyo, algo que, por siete meses, me acompañó cada noche.
Recordé, como un golpe en el estómago, las noches en que no podía moverme. Cuando estaba postrado, prisionero de un cuerpo que no respondía. No podía girarme, no podía abrazarla… pero podía sentirla ahí, cerca, su mano sobre la mía, su voz contándome cosas que me mantenían vivo, conectado con el mundo.
Ella dormía a mi lado, incluso cuando no era necesario. Incluso cuando podía haberse ido a otra habitación. El calor de su cuerpo, su aroma, su presencia… era todo lo que me ayudaba a dormir.
Y desde el día que la corrí… no había vuelto a dormir bien.
Me engañé creyendo que po