Cuidando a mi esposa.
ADRIANO
No me di cuenta de la sangre hasta que la sentí tibia resbalar por la frente. El golpe de ese cobarde había sido directo a la sien, pero en medio de la pelea no lo había registrado. Ahora, solo era una molestia menor.
Mientras ella se duchaba, busqué el botiquín en su cocina. No quería que se preocupara, así que me quedé junto al fregadero, presionando un paño contra el corte. Podía limpiarlo yo mismo. No era la primera vez que me curaba una herida, y dudaba que fuera la última.
No escuché sus pasos hasta que su voz me atravesó la espalda.
—¿Te heriste?
Me giré apenas.
—No es nada, Dalia. Tranquila.
Ella avanzó, y su tono cambió.
—¿Cómo voy a estar tranquila? Estabas sangrando y ni siquiera me lo dijiste…
—Es solo un rasguño —intenté restarle importancia.
—Un rasguño que sangra. Siéntate.
No discutí. La conocía lo suficiente para saber cuándo no tenía sentido llevarle la contraria. Me senté en la silla mientras ella buscaba el botiquín.
Se paró frente a mí, con el cabello húme