Que sea la última vez que te acercas a mi mujer.
ADRIANO
Me costó apartarme.
Cuando sus labios tocaron los míos, sentí que todos los años de soledad llegaban a su fín. Ella era mi refugio, mi memoria más dulce, mi razón. Y, sin embargo, tuve que frenarme, porque sabía que si la seguía besando un segundo más… no me detendría.
Manejar de regreso a la mansión fue una tortura. El volante crujía bajo mis manos tensas y la imagen de ella en la puerta, con esa sonrisa temblorosa, me perseguía como un fantasma dulce.
No quería dejarla.
No quería dormir en una cama fría sabiendo que, a unas cuadras, estaba el único lugar donde verdaderamente me sentía vivo: en sus brazos.
Al entrar a la mansión, mi abuela levantó la mirada desde un libro que estaba leyendo en el sillón.
—¿Otra vez llegas tarde? —preguntó con una sonrisa, pero luego me observó más de cerca—. Tienes cara de tonto enamorado.
No respondí. Solo sonreí.
— Porque lo estoy nana.
Le di un beso en la frente y subí a mi habitación, me dejé caer en la cama, aún con la ropa puesta, y cer