ADRIANO
La rabia me quemaba por dentro. Todavía podía sentir la voz venenosa de Ángela, cada palabra suya envenenando el aire a centímetros de Dalia. La forma en que la miró, con soberbia, con esa sonrisa de víbora… tuve que contenerme para no aplastarla ahí mismo frente a todos.
No. No se lo permitiría, jamás iba a permitir que una víbora como esa dañara a mi Dalia.
Cuando se marchó entre gruñidos, con la cola entre las piernas, mi único instinto fue girarme hacia Dalia. Su rostro aún estaba tenso, sus ojos grises brillaban de orgullo y miedo al mismo tiempo. Tomé su mano y respiré hondo, obligándome a soltar la furia.
—Ya pasó —le murmuré.
Y entonces sonó la música. Un vals lento llenó el salón, la gente se abrió en el centro y me encontré a mí mismo ofreciéndole la mano.
—Baila conmigo.
Ella parpadeó, sorprendida, pero asintió.
La llevé al centro de la pista, y el murmullo del salón se apagó. No era un secreto quién era yo: Adriano Blackstone, el hombre que había hecho temblar a má