DALIA
El trayecto de regreso fue tranquilo. El motor del auto sonaba constante, como un fondo discreto para mis pensamientos. Adriano conducía con una mano en el volante y la otra apoyada relajada en su pierna, pero de vez en cuando me lanzaba una mirada de reojo. Yo fingía mirar por la ventana, observando cómo la ciudad cambiaba de edificios altos y fríos a calles más humildes, con paredes pintadas y ventanas llenas de macetas.
La feria había sido… diferente. No podía recordar la última vez que había reído así, entre frutas frescas, el aroma a pan recién horneado y el ruido alegre de vendedores voceando sus ofertas. Me sentí fuera de lugar al principio, pensando que él —un CEO de apellido pesado— se aburriría o se incomodaría allí. Pero no. Adriano caminó entre los puestos cargando bolsas, regateando por tomates como si lo hubiera hecho toda la vida, sonriendo incluso cuando un niño pequeño se le acercó para ofrecerle flores de papel.
Yo me llevé algunas flores de verdad. Él insistió