ADRIANO
El camino de regreso fue tranquilo. Dalia miraba por la ventana, sosteniendo su café con ambas manos, y yo me permití mirarla de reojo cada tanto. Había algo en esa serenidad silenciosa que me golpeaba directo al pecho. No era la misma mujer que corría a abrazarme en mi habitación apenas llegaba de la clínica, con un vestido de verano y una sonrisa que iluminaba todo… pero, aun así, ahí estaba, con esa fuerza tranquila que siempre me desarmó.
La imagen de ella, arrodillada frente a la tumba de su padre, me acompañó todo el trayecto. Su voz suave contándole cosas cotidianas, como si él pudiera escucharla… y, de algún modo, yo sabía que lo hacía. No había podido evitar agradecerle mentalmente por esta segunda oportunidad que me estaba ganando y pedirle que me dejara estar, aunque fuera así, a su lado.
Entramos en la ciudad y el tráfico nos frenó un par de veces. No me importaba. Podría pasar horas solo conduciendo con ella al lado, oliendo ese perfume leve a lavanda que siempre