El hospital estaba más tranquilo. Los pasillos ya no olían a sangre ni a miedo, sino a desinfectante y esperanza.
Habían pasado unas horas desde el parto. Los trillizos estaban sanos, en observación, y por fin venían hacia nuestra habitación.
— Adriano...
— Hola princesa, cómo te sientes.
— Mejor, qué has sabido de nuestros bebés.
— Ya vienen en camino amor, pronto e