Nuestros bebés al fin en mis brazos.

ADRIANO

El hospital estaba más tranquilo. Los pasillos ya no olían a sangre ni a miedo, sino a desinfectante y esperanza.

Dalia dormía, pero su respiración era tranquila, su color había vuelto lentamente. Se veía más repuesta.

Me quedé sentado junto a ella, acariciando su cabello con cuidado, como si al hacerlo pudiera borrar todo lo que habíamos pasado.

Habían pasado unas horas desde el parto. Los trillizos estaban sanos, en observación, y por fin venían hacia nuestra habitación.

— Adriano...

— Hola princesa, cómo te sientes.

— Mejor, qué has sabido de nuestros bebés.

— Ya vienen en camino amor, pronto e

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