GAEL MARCHANT
El aire olía a pólvora y a metal caliente. Los últimos disparos ya se habían apagado, y en la mansión solo quedaba el eco del caos. Caminé entre los restos del combate, con los pies hundiéndose en el barro mezclado con sangre y ceniza. A lo lejos, vi a Paolo y Noah bajando las armas, el humo aún escapando de los cañones.
—Gracias, primo, por venir —le dije, acercándome y dándole un abrazo rápido—. De verdad, no te esperaba.
Paolo soltó una risa cansada, con esa arrogancia suya que siempre me sacaba una sonrisa.
—Sabía que no harías nada sin mí. Siempre me necesitas para todo.—Esta vez, no te equivocas —respondí con media sonrisa, aunque el cansancio me pesaba hasta en los huesos.
Noah se acercó, limpiándose la sangre del antebrazo con el dorso de