ENZO
La campanilla sonó y la luz del local acarició las telas quietas. Entré con el miedo de que ella estuviera herida o que algo malo le hubiera pasado. La puerta se cerró y la vi: Alessia, hecha un nudo, los ojos hinchados, la voz rota en sollozos que rasgaban el silencio de la mañana.
—¡Alessia! —Llegué hasta ella en dos zancadas y la abracé como si quisiera esconderla en mi pecho para que nadie fuera capaz de herirla nuevamente— Shh… tranquila, princesa. Ya llegué, no dejaré que nadie vuelta a herirte otra vez, no mientras yo viva.
Se pegó a mi pecho como si allí fuese su único lugar seguro. Me dijo entre sollozos:
—Él… él está acá. Me encontró. Él… él...
No terminó. El frío en su voz me atravesó. La acaricié con una dulzura que ni yo sabía que tenía, mi mano bajaba suavemente por su espalda, dejé besos suaves en su sien, en el hueco del cuello, en la comisura de la boca. Todo lo que pudiera devolverle la tranquilidad.
—Mira mis ojos —murmuré, sujetando su rostro con cuidado—. E