ALESSANDRO
Estaba sentado en la cama, con los codos apoyados en las rodillas y el corazón latiendo como si quisiera salirse del pecho.
Jacke llevaba un rato en el baño.
Los cinco minutos más largos de mi vida.
Ella no sabía cuánto deseaba ese resultado, cuánto tiempo había pasado soñando con ver su vientre crecer.
No era solo amor; era miedo.
Miedo de perderla, de que un día decidiera que este mundo, mi mundo, era demasiado oscuro para ella.
Y si eso pasaba, no sabría respirar. La única forma que conocía de amar era mantenerla cerca, aunque el cielo se cayera.
La puerta del baño se abrió y mi gatita salió con las tres pruebas en la mano.
Sus dedos temblaban.
Yo sentí cómo el aire se me escapaba.
—Dice que hay que esperar cinco minutos —dijo, apenas en un susurro.
—Bien, amore, siéntate —le respondí con calma, aunque por dentro estaba ardiendo.
Jacke dejó las pruebas sobre la mesa de noche.
Cuando iba a sentarse a mi lado, la atraje con suavidad y la senté sobre mis piernas.
Me aferré