Mi adorada esposa.
ADRIANO
Apenas entré en la suite, cerré la puerta detrás de mí con la calma de quien sabe exactamente lo que hará después. El aire olía a perfume suave. Me quité la corbata despacio y abrí mi camisa, como quien prepara un ritual, y la dejé en mi bolsillo para usarla mas tarde. La mirada de Dalia me recorrió, divertida y un poco desafiante.
—Así que a mi esposa le gusta ver hombres desnudos —dije, con una sonrisa lenta, acercándome.
—No estaban desnudos, Adriano, estaban en short —respondió ella, intentando contener la risa.
—Vaya —musité—. Eso mejora las cosas.
Me acerqué más, dejando que mi presencia la envolviera. La observé con esa intensidad que la hace sonrojar. El dominio no es solo físico; es la seguridad con la que la quiero, la necesidad de recordarle que aquí está su lugar y no debe buscar nada fuera.
—Sabes que esta noche te castigaré, ¿cierto? —pregunté, la voz baja y cargada.
Dalia rió, nerviosa, y negó con la cabeza.
—No fue para tanto.
—¿No fue para tanto? —repetí, lade