ANNALENA
Era más de media noche y Armando estaba sobre mí. Sus caderas golpeaban con fuerza las mías, sus manos sujetaban las mías sobre mi cabeza. No habíamos parado desde que llegamos, y la verdad, esto más que un castigo era un premio. Verlo así, furioso, dominante, incansable, me hacía querer más y más.
Lo único malo era que no me dejaba tocarlo; solo él. Sus manos jamás dejaron de sujetarme con fuerza. Una vez más llegamos juntos a nuestro placer. Él jadeaba y, por primera vez, soltó mis manos. Acarició mi rostro.
—Así que mi futura esposa quería despedida de soltera… Espero que esta despedida te haya gustado.
—Más de lo que imaginas, amor —le respondí con una sonrisa.
Por fin pude tocarlo y lo atraje hacia mí para besarlo con hambre. Fue difícil mantenerme lejos de él, y como era de esperar, respondió al beso. Su piel estaba suave, húmeda y caliente, sus brazos firmes. ¿Qué podía decir? Para mí era mucho mejor que esos flacuchos sin gracia del show, pero no podía hacer sentir ma