DALIA
El reloj del minimarket parecía haberse detenido. Yo apenas podía concentrarme en los papeles que tenía frente a mí; cada línea bailaba como si fueran notas de una canción que no entendía, estaba tratando de ver lo que faltaba para hacer los pedidos a los proveedores. La verdad era simple pero ahora no podía dejar de pensar en la noche anterior.
Adriano.
Su piel contra la mía.
El peso de su cuerpo volviendo a la vida en mis brazos.
El beso que me robó la respiración una y otra vez.
Una sonrisa tonta me había acompañado toda la mañana, y aunque intenté disimularla, mi jefa no tardó en notarlo.
—¿Qué te pasa, Dalia? —preguntó con un tono entre curioso y burlón —. Llevas horas con esa sonrisita como si hubieras ganado la lotería.
Me sonrojé, bajando la mirada hacia los papeles.
—No es nada, jefa —mentí torpemente, mordiéndome el labio.
Ella alzó una ceja, incrédula.
—Ajá, claro. No me vengas con cuentos, yo he vivido lo suficiente para reconocer esa cara. Esa es cara de mujer enamo