La prima de Adriano.
DALIA
La tarde se había llenado de flores, telas y catálogos. Entre Susan, Sara y yo repasábamos detalles de la boda: el color de los manteles, el diseño de las invitaciones, las combinaciones de dalias blancas con lavanda. Cada decisión parecía pequeña, pero en conjunto construía el día más importante de mi vida.
Sara estaba especialmente emocionada, con esa energía suya que lograba envolver a cualquiera.
—Nada puede faltar, Dalia —decía con firmeza mientras hojeaba un catálogo—. Esta boda debe ser perfecta.
Yo sonreí, feliz de verla tan involucrada. Era extraño pensar que, después de tanto dolor, ahora tenía un futuro nuevo, rodeada de cariño, con Adriano a mi lado.
La puerta del salón se abrió. Una mujer joven, de unos veinte años, entró con pasos elegantes. Su belleza era evidente: piel tersa, ojos claros, labios pintados con precisión. Llevaba un vestido sencillo pero de corte impecable.
—Tía Sara —dijo con una sonrisa tiesa, de esas que parecen cordiales pero esconden algo más—.