ADRIANO
Esa mañana no fui a la oficina. No me importaban los pendientes ni las reuniones; Gael podía encargarse. Yo sabía que Armando volvería, y no iba a dejar a mi mujer sola con él.
El recuerdo de ayer todavía me revolvía las tripas: Dalia sonriente, escuchando cada idea de ese maldito banquetero alto, elegante y con modales de príncipe. Sí, había jurado que confiaba en mi flor, pero una cosa era confiar… y otra muy distinta era regalarle tiempo a otro hombre para que estuviera demasiado cerca de ella.
Así que me quedé en casa.
Dalia estaba feliz por eso, adoraba que yo estuviera cerca, desayunamos juntos, me preparó pastel de manzana, era reacio al dulce, pero las cosas que ella preparaba eran realmente deliciosas
Mi flor estaba radiante, esperándolo. Sus ojos grises brillaban con esa ilusión que me arrancaba la coraza cada vez que los veía. La escuché tararear bajito mientras ordenaba la sala, colocando tazas y pasteles como si fuera a recibir a la realeza. Pero para mí era el h