ANASTASIA
El primer sonido que escuché fue el pitido rítmico de una máquina.
Lento, constante.
Por un momento no entendí dónde estaba.
El aire olía a alcohol y desinfectante, mis costillas ardían, y la cabeza me daba vueltas.
Intenté moverme, pero un dolor agudo me atravesó el costado, obligándome a soltar un gemido.
—Ah… MlERDA… —susurré, entre dientes.
Entonces lo sentí.
Un peso tibio sobre mi mano.
Bajé la mirada con esfuerzo… y lo vi.
Gael.
Su cabeza descansaba sobre la orilla de la cama, dormido, con los dedos entrelazados en los míos.
El cabello le caía sobre la frente, desordenado, y su respiración era tranquila, casi pacífica.
Una sombra de ojeras le marcaba los ojos, y aun así seguía viéndose perfecto.
Demasiado perfecto.
Sentí un nudo en la garganta.
Mi pecho se apretó, y una lágrima caliente escapó sin permiso.
Le acaricié el cabello, suave, con la yema de mis dedos.
No quería despertarlo.
Pero necesitaba hacerlo.
—Gael… —susurré apenas.
Sus pestañas se movieron.
Abrió los