GAEL
Asentí sin decir nada.
—Iré por la enfermera ahora.
No la miré más.
No podía.
Si la miraba un segundo más iba a perder el poco control que me quedaba.
Cerré la puerta detrás de mí, sentí el clic del pestillo y el sonido me pareció una sentencia.
Mis pasos resonaron en el pasillo blanco mientras la mente me ardía.
Cada palabra suya seguía repitiéndose como un eco insoportable.
“Desde los quince años…”
“Te amaba desde el primer día…”
“Inventé la apuesta para poder estar cerca de ti…”
¿Y si era verdad?
¿Y si no?
¿Cómo demonios se distingue una mentira de una confesión cuando viene de la misma boca que ya te rompió?
Llamé a la enfermera, le di las instrucciones, y me fui directo a mi oficina.
Necesitaba silencio, oscuridad, whisky y distancia.
Todo a la vez.
Encendí solo la lámpara del escritorio y me serví un trago.
El líquido dorado cayó en el vaso y tintineó contra el hielo.
Me quedé mirándolo un rato, girando el vaso entre los dedos, viendo cómo la luz se rompía en los reflejos d