Esa noche no pude dormir. Cada vez que cerraba los ojos, lo veía. Sus ojos verdes, intensos, fijos en los míos. Su sonrisa suave, esa que parecía hecha solo para mí. Y… sus labios.
Me llevé los dedos a la boca como si pudiera atrapar el recuerdo ahí. Mi primer beso. No era una niña, pero jamás había tenido nada parecido. Mamá nunca lo permitió.
"Tú no eres una cualquiera, Alessia. Tu destino no es amar, sino servir a un propósito."
La voz de Sonia todavía resonaba en mi cabeza. Mi madre me crió como a una muñeca de porcelana: intocable, inmaculada, encerrada. Cada gesto, cada palabra, cada paso debía ser