La moto rugía bajo mí mientras pensaba en ella. Alessia, acababa de dejarla en la tienda que también era su casa.
Desde que apareció en mi vida, su sonrisa se había convertido en una droga suave, de esas que no matan rápido pero te vuelven dependiente. Me encontraba buscándola en cada respiro, en cada pastel de fresa que compraba con la excusa de “un detalle”. Era mi ritual secreto: pastel, camino, sonrisa. Y después quedarme un rato mirándola ordenar su tienda, fingiendo que solo estaba allí por el dulce.
La ciudad pasaba difusa a mi alrededor; yo solo veía en mi mente la curva de su cuello, la forma en que inclinaba la cabeza cuando se reía.
El celular vibró en mi bolsillo. L