JACKELINE
El disparo truena.
No siento dolor.
Abro los ojos asustada que el disparo hubiera herido a Dalia, pero ella me mira con sus ojos grises diciendome que está bien.
Volteo y Jeremías está de pie, congelado, con un agujero en la frente. La sangre baja lenta. Se tambalea. Cae como un saco. A su lado, Alessandro sostiene el arma humeando. Nadie respira. Sus hombres se quedan mudos. No entienden nada.
Alessandro guarda el arma. Camina hacia mí. Yo sigo abrazando a Dalia, cubriéndola con mi cuerpo. Él me mira ladeando su cabeza.
— Por favor no le hadas daño, Alessandro te lo ruego. — No pude evitar rogarle, Dalia era mi única familia.
—¿Te hicieron daño, gatita? —me toca la mejilla con la yema de los dedos, dejandome helada.
Me arde. Tengo la cara hinchada y el labio partido. Él lo ve. La mandíbula se le tensa.
—¿Quién fue? ¿Quién te tocó?
—El… el muerto de ahí —susurro, sin soltar a Dalia.
Alessandro se gira, saca el arma de nuevo y descarga tres tiros más sobre el cuerpo de Jerem