ADRIANO
Tenía la carpeta de los exámenes sobre el escritorio y la chaqueta lista en el respaldo. Habíamos hablado de llegar temprano a la clínica y de apostar por los nombres como si fuera un juego secreto. Imaginé la mano de Dalia en la pancita y esos tres golpes pequeños que a veces aparecen cuando apoyo la palma. Hoy conoceríamos una pista de su mundo: si eran niños, niñas, o ese empate hermoso que nos hacía reír.
Vibró el teléfono.
—Enzo —dije con la sonrisa que se me escapa solo con los míos—. Voy saliendo.
— Adriano… nos atacaron. Interceptaron el auto y se llevaron a Dalia y a Jacke.
El aire cambió de peso y la oficina se volvió estrecha. Tomé la chaqueta sin mirarla. Gael levantó la vista, me leyó en un segundo y me siguió hacia la puerta.
—Cuéntame todo —pedí mientras apretaba el botón del ascensor—. No dejes nada fuera.
—Un camión las embistió en Plaza Sotomayor. Diez treinta exactas. El chofer de Dalia está muerto. Sacaron a las chicas y las subieron a una van negra sin pla