DALIA
Estaba junto a la cama, doblando cuidadosamente algunas de mis prendas y guardándolas en la maleta. Cada movimiento se sentía más pesado de lo que debería. Era solo ropa, zapatos, un par de cuadernos… y sin embargo, cada pieza que colocaba llevaba encima un peso invisible.
La mansión. Esa casa había sido un refugio y el lugar que más dolor me causó al mismo tiempo. Donde aprendí a amar a un Adriano roto, postrado en una cama, pero también donde conocí a un Adriano frío, distante, el hombre que me expulsó de su vida cuando su memoria volvió sin mí en ella.
¿Realmente estaba lista para volver allí?
Mis dedos temblaban un poco mientras acomodaba una blusa. Un nudo en el pecho me apretaba. Y si… si volvía todo ese dolor. Si una mañana Adriano despertaba y ya no me amaba, como antes. Si esa oscuridad regresaba a sus ojos.
Me mordí el labio para ahogar el pensamiento, pero no lo logré.
Sentí entonces unos brazos fuertes rodear mi cintura. Me estremecí al instante, reconociendo su calo