ADRIANO
Llegué a la casa con una sonrisa y un ramo de flores en las manos. Había pasado todo el día pensando en Dalia, en la dulzura de su risa, en cómo su sola presencia me daba fuerzas. Solo quería verla, abrazarla, besarla…
La cerradura con clave que había instalado me había dado la llave para entrar cuantas veces quisiera, decidimos poner la fecha de nuestro primer beso, 0207, esa fecha estaría grabada para siempre ahora era la clave de su puerta, abrí con una sonrisa pero al entrar, todo se quebró.
Las flores cayeron de mis manos apenas vi la escena: la basura llena de gasas empapadas en sangre, el piso húmedo con manchas aún frescas, y Dalia arrodillada, limpiando con un trapo como si intentara borrar un crimen.
—¡Dalia! —corrí hacia ella, el corazón se me salió del pecho. La tomé de los brazos, revisándola frenéticamente, buscando cortes, heridas, cualquier cosa—. Amor, ¿qué pasó? ¿Estás herida? ¡Mírame, Dalia!
Ella levantó la mirada, sus ojos enormes, asustada pero serena.
—No