De la mano del amor de mi vida.
DALIA
El sol de la tarde entraba filtrado por las cortinas del ventanal.
El aire olía a jazmín y a tierra húmeda; el jardín estaba lleno de vida, y los trillizos dormían plácidos en su cochecito triples, envueltos entre mantas blancas y suaves.
Adriano había insistido en sacarme un rato afuera.
—Cinco minutos —le dije, medio en broma, medio cansada.
—Diez —respondió él con una sonrisa—, y te doy los medicamentos después.
No supe en qué momento terminé cediendo.
El aire fresco rozó mi piel, y algo dentro de mí se alivió.
El sonido de los pájaros, las hojas moviéndose, el viento suave… hacía semanas que no sentía esa calma. El aroma de dalias y lavanda me envolvió, el jardín que Adriano había hecho para mí estaba en plena floración y su aroma dulce se sentía en todo el lugar.
Adriano acomodó el cochecito bajo la sombra de las glicinas y se sentó a mi lado, con esa sonrisa que mezcla ternura y picardía.
Sacó la pequeña caja con mis pastillas, las puso sobre la mesa de madera, junto a una