LO AMO, DIOS, COMO LO AMO.
DALIA
El consultorio olía a vainilla y café recién hecho.
Había algo reconfortante en ese aroma, como si el lugar mismo supiera que quienes llegaban allí necesitaban un poco de calma.
Adriano estaba sentado a mi lado, su mano envolviendo la mía con fuerza.
No decía nada, pero su pulgar se movía despacio sobre mi piel, en círculos pequeños. Ese gesto suyo era su manera de decir “estoy aquí, pase lo que pase”.
La doctora García entró con una sonrisa serena.
Era una mujer de unos cuarenta años, con el cabello recogido y una voz que sonaba como una canción bajita.
Me miró, no con la frialdad clínica de los hospitales, sino con esa calidez que te hace bajar la guardia sin querer.
—Buenos días, Dalia, la doctora Valderrama de habló muy bien de ti, por lo que veo tuviste trillizos, wow, eso es mucho trabajo —Su mirada subió desde mi ficha clínica hasta mi rostro, fue directa, pero dulce—. ¿Cómo te has sentido?
Tragué saliva.
Adriano apretó un poco más mi mano.
—Cansada —admití—. Y… confundid